Que el juego nubla a veces la mente es algo que todos suponemos pero hay ejemplos concretos que lo confirman más allá de lo insospechado. En poquer-red podemos leer que un ciudadano ruso apostó a su mujer al póker cuando se quedó sin otra cosa que poner sobre el tapete. Si de aquí saltamos al final de la historia, nos sorprenderemos aún más: la esposa apostada se divorció de su esposo para acabar manteniendo una relación con el ganador de tan extraña partida.
Horrible es que una persona ponga precio a otra, sea en una partida o en cualquier otra circunstancia, pero no deja de ser de personas muy poco escrupulosas que una vez ganada la mano, el vencedor se presente a reclamar su «premio». La cuestión, por tanto, no tiene tanto que ver con el juego como con lo que es posible realizar por parte de una persona: si estos dos tipos se comportan así no es porque sean jugadores o les guste jugar, es porque no tienen conciencia de hasta dónde se puede y debe llegar en la vida considerada en general.
«Cosas veredes Sancho,…» que diría don Quijote. Qué tiempos.
